miércoles, 6 de julio de 2011

Inconfesión

Voy a destinar unos renglones para explicar por qué no quiero llamar a este texto “confesión”.
Esta palabra está asociada al catolicismo, y “limpiarme” de pecados para recibir el “perdón divino” no es precisamente mi objetivo. Llorarle a alguien por arrepentirme de mis acciones para poder así “ir al paraíso” es algo que no creo en absoluto.

Es, a mi criterio, desatinado. Es un legendario mecanismo para imponernos más y más límites, para ‘amoldarnos’ y que nos guste esa horma de cristal ficticia. Varias palabras vienen aparejadas: conformismo, subordinación, temor, exigencias.

Claro que a algunas personas encuentran refugio en la iglesia y en todo este tema de la confesión, y me parece bien si eso les saca una sonrisa. Una sonrisa, en algunos casos, no viene mal. Pero seamos concientes de dónde y cómo se origina. Hay un enceguecimiento masivo que no comparto y que la iglesia incentiva. Digo iglesia y no digo ‘curas’ porque más allá que muchos me parecen hipócritas, no meto a todos en la misma bolsa. Yendo al punto, sintetizo: no te creo iglesia, me caes mal. No voy a usar tu palabra.

“Gente, he venido a inconfesarme.” A contar sobre las cosas que no me arrepiento de hacer ni de pensar. Libre. Muy libre. Infinitamente libre y feliz de poder expresar lo que se me pasa por la cabeza. Libre de poder equivocarme y que la vida me siga dando oportunidades para crecer un poco todos los días. Libre en esta realidad que es el hoy, el aquí y el ahora. Libre de reírme de mis errores, y libre de cambiarlos como yo quiera. Libre de actuar y dejarme llevar por lo que siento. LIBRE.

Respiramos una libertad que no todos tuvieron ni tienen. Tenemos educación, uno de los pilares básicos; tenemos criterio de opinión; tenemos acceso a la información; podemos recorrer kilómetros con un par de monedas en el tren o en colectivos; tenemos tanto más de lo que creemos tener…

¿Qué hacer con tanta libertad?

No autoesclavizarnos.

Como actuales actores sociales (actuales, NO futuros) tenemos que exprimir al máximo esa autonomía para poder realizar el cambio que muchos de nosotros buscamos. Salir (¡de una vez y para siempre!) del guión rígido del día común.
Para mi el verdadero cambio, el que nuestros ojos pueden ver, tocar y sentir, es aquel que parte de uno. Esto puede parecer “figurita repetida”. Cuántas veces habremos escuchado esa cursilería de que ‘el cambio empieza por uno’. Hasta Mambrú lo cantó. Pero saliendo del discurso vacío, vayamos a algo que nos llene.
Para generar conciencia de las cosas que pasan en el mundo, tenemos que ser PRIMERO concientes nosotros. Y eso no se consigue conformándonos con el estereotipo de día estudiantil: ir a la facultad, volver a nuestras casas, leer las noticias… putear las noticias, putear el noticiero, estudiar, comer, dormir ¿Va de nuevo?
No caigamos en el alineamiento. Y yendo más allá, no caigamos en el conformismo. Que no nos de plena satisfacción describir en 400 palabras el mundo que nos rodea, hagamos algo para cambiarlo o para incentivar las cosas que se hacen bien.

Esto se hace, actuando. Viviendo. Arriesgando.

No tengamos miedo de un día tomarnos un colectivo a una escuela en una villa, hablar con algún profesor y preguntarle “¿qué pasa? ¿qué falta? ¿te puedo ayudar en algo desde mi lugar?”. No tengamos miedo de preguntarle a una mujer de un country cuál es su compromiso para con la sociedad. Y si nos dice ‘ninguno’, no ir a nuestras casas corriendo, desesperados, a escribir un ensayo sobre las mujeres “huecas” del country. No. Así-no-habrá-cambio. Seamos astutos, involucrémonos con la mujer (en la medida que haya un mínimo interés) y mostrémosle ingeniosamente la cantidad de cosas que hay para hacer. Y si esa mujer entiende el mensaje que queremos transmitir, considerémonos exitosos.
Se que parecen ejemplos utópicos ¿Y qué? Galeano se encargó de describir a la perfección qué es la utopía:

“Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar." (Eduardo Galeano)

No seamos tan mansos (SI, dije mansos) de elegir quedarnos en nuestras casas antes de ir a una manifestación de algo que apoyamos. No seamos tan asquerosos de no involucrarnos con gente que no conocemos o que no ‘tienen pinta de’ pensar y ser como nosotros. Hay muchas historias que merecen ser contadas. Pero antes que eso, que merecen ser escuchadas, entendidas y analizadas.
Para contar las cosas, primero las tenemos que hacer carne. Así SI vamos a entender de lo que estamos hablando.

La experiencia no nos la da ningún apunte de la facultad.

La experiencia nos va a formar como profesionales pero, por sobre todas las cosas, nos va a formar como personas. Y como vamos a describir y a desarrollar temáticas sociales, me encantaría que sean personas las que los cuenten, y no máquinas de comercialización.

Involucrémonos.
Si decimos quiero, es casi instintivo que digamos puedo.
“Quiero” y “puedo”.
Me encantan esas palabras,
porque cuando esas palabras se juntan, nos volvemos invencibles.


Victoria Belén Bertonasco

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