viernes, 8 de julio de 2011

LIBRE


El pasado 25 de junio se promulgó la ley de matrimonio igualitario en Nueva York que establece la posibilidad de que las parejas del mismo sexo puedan casarse en igualdad de condiciones con las parejas heterosexuales.
Yo me pregunto. ¿Por qué cuesta tanto lograr este tipo de leyes en el mundo? ¿Esta no es otra era?
Ya va casi a ser un año que esta ley se mantiene en pie en nuestro país. Gracias a ella  se han podido casar cientos de personas que se amaban y antes no podían, decenas de niños sin hogar pudieron ser adoptados por familias deseosas de acogerlos y  amarlos teniendo también así nuevas ventajas como poseer obra social o la posibilidad de heredar bienes. Por esta cuestionada ley cientos de miles de personas lograron ser felices.

En su momento recordaran que las senadoras “Chiche” Duhalde y Liliana Negre de Alonso manifestaban que la sociedad argentina estaba perdiendo su identidad por este tipo de leyes aberrantes. Que en un futuro, los hijos adoptados por padres gays serían marginados por los demás, discriminados por su condición de hijos de padres del mismo sexo y  proponían la idea de que dicho niño podría cambiar su polaridad sexual o frustrase de alguna manera en el desarrollo de su personalidad, es decir, volverse gays como sus padres.

¿Era necesario? ¿Era necesario decir este tipo de cosas sabiendo que eran mentira?
Es sabido que distintos estudios dicen que los hijos a cargo de un matrimonio homosexual usan los mismos juguetes preferidos que los niños a cargo de familias heterosexuales, así como eligen los mismos programas de televisión y los mismos héroes del cine. Tampoco hay indicios de una mayor frecuencia de inclinaciones homosexuales. Sabiendo esto ¿Por que dicen semejantes mentiras en todas partes del mundo?

La verdad que la única explicación que encuentro es que este tipo personas siguen pensamientos e ideologías trogloditas y medievales, que creen que la familia debe estar compuesta por un hombre y una mujer porque así lo desean Dios y la Biblia.
Bueno, basta. Ya no estamos en épocas donde se valoren estas ideas antiquísimas. Donde se les deben quitar derechos a los demás por el solo hecho de ser distintos. Ya no vivimos en un mundo así, donde se debe promulgar la igualdad y la libertad, donde la armonía debe ser la clave para llegar a la felicidad, vivimos en un mundo romántico, donde el amor es lo que nos debe mover.
Esto lo entendieron los treinta y tres senadores que votaron a favor de la ley esa noche fría de julio del año pasado. Entendieron que las sociedades cambian y que los valores de antaño no son los mismos que los de ahora, entendieron que la igualdad es la bandera que se debe llevar encima, y no la de opresión como quería y siguen queriendo algunos.

A diario nos encontramos con este tipo de personas cuando se tratan temas sobre igualdad y libertad social, como por ejemplo, la despenalización del consumo, donde aparecen personajes fascistas como Claudio Izaguirre diciendo que cultivar una planta es delito o la ley de medios audiovisuales y los grupos monopólicos o el aborto asistido para que dejen de morir miles de mujeres en clandestinidad, cosa que no entienden personas como Bergoglio. Mi opinión (sin presionar a nadie) es que los que apoyamos estas ideas nos movilicemos, tratemos de llevarlas desde donde podamos, como hicimos con la ley de matrimonio igualitario, que nos informemos y charlemos, y nos asociemos, pero por sobre todo que seamos tolerantes con respecto a los deseos de los demás y como dije antes, esto se puede lograr sólo a partir del amor y no de la opresión como estos agresivos quieren forzarnos a pensar. Estas leyes las vamos a poder llevar a cabo si nos unimos con compromiso.

La Libertad
nació sin dueño
y yo quien soy para colmarle cada sueño.

Yo te quiero libre y con buena fe
para que conduzcas
tu preciosa sed.

Yo te quiero libre,
libre de verdad,
libre como el sueño
de la libertad.

(Silvio Rodríguez)

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